Alarma en Valencia: "Esta agua huele a veneno"

Del fondo de una casa oscura sale una voz. "¡Veneno! A esa agua le están echando veneno", grita un hombre que se va acercando a través de un porche amplio con sillas de plástico estropeadas. En el jardín, debajo de la fronda corpulenta de una mata de mango, voltea hacia el río y hace un análisis de la pestilencia. "Antes el río olía a cochinera, pero desde hace semanas huele a DDT, a uno le penetra un olor a veneno de bachaco. Eso está enfermando a la gente de Valencia", dice José Antonio Parra, agricultor del municipio Libertador del estado Carabobo, donde está el embalse Pao-Cachinche.

Desde la autopista que lleva de Valencia a Campo Carabobo hasta la orilla del embalse se rueda una hora y media por una carretera de granzón. En cada curva se desarropan del manto de vegetación granjas de pollos, casas construidas con la precariedad colorida de lo rural y escuelas en las que los niños estudian debajo de los árboles. No hay módulos de policía ni de Barrio Adentro; ninguna autoridad recorre el lugar.

Los vecinos de la represa, como José Antonio, no beben el agua de los ríos que corren por ahí. Aunque la enorme tubería que sale del embalse desluce los patios de sus casas, la mayoría tiene pozos de agua profunda para uso doméstico. Todos abren los ojos y dicen con sobresalto que esa agua está contaminada y que antes hace un par de años podían bañarse, regar las siembras y hasta pescar en los arroyos de la zona. "Las babas y los galápagos se murieron; los corronchos también. Es tan terrible que a las iguanas que beben de ahí se les pone la carne amarilla.

La que usaban para el riego de tomates y pimentones, los dañó. Esto era un balneario bien bello y ya nadie viene. Tengo 8 años aquí y ni las cooperativas ni los consejos comunales han hecho nada", lamenta José Antonio, mirando el afluente de color marrón que pasa detrás de su terreno y sobre el cual flota la espuma de la impureza.

Los niños de la Escuela Bolivariana Cortadora, a pocos kilómetros de Pao-Cachinche, hacen fila india para lavarse la cara y las manos con el líquido que sale de un grifo en el medio del jardín. Una de las alumnas hace bombas de jabón con la boca. "Venga para que huela", pide una de las maestras. Sale clara, pero huele a cloaca y es lo único que tienen los 245 estudiantes para asearse.

En la escuela reciben por tubería el agua cruda sin potabilizar directamente de la represa. Para cocinar, eso sí, guardan la limpia en pipotes que buscan en camiones. "Es muy frecuente que a los niños les dé diarrea, amebas, erupciones. En la escuela tenemos cuidado, pero en sus casas usan lo que haya.

Metimos dos proyectos en Hidrocentro, a través de los consejos comunales, pero eso es sello tras sello, carpeta tras carpeta, y nada", afirma la maestra Marisol Hernández.

Sentado en un rancho al borde de la represa, en la frontera con Cojedes, está el lanchero Alexander Amaro. El lugar, una zona estratégica ambiental, no está resguardado por nadie ni existe un reglamento para regular la calidad de lo que se vierte.

"Esa represa está dañada", dice y saca con la mano un puñado de la lemna que, con voracidad, cubrió la superficie del embalse y lo está asfixiando porque no deja al sol hacer su trabajo.

"Este año fue que explotó este problema", asegura.

El agua que los vecinos describen como repulsiva, que mata a los animales, envenena las siembras y es una fuente de aromas nauseabundos, es la misma que, después de ser tratada, llega a los hogares de casi 3.000.000 de personas de Valencia, parte de Cojedes y Aragua. Por eso, de los grifos de muchas casas lo que salen son problemas.


En la ducha con el enemigo.


"Al abrir la ducha el agua sale oscura, me pican los ojos y me dan ganas de toser. Es tan desagradable que uso agua mineral para lavarme los dientes por la mañana. A los caraqueños no le hubieran hecho esto", expresa José Zurba, habitante de la urbanización El Trigal, al norte de Valencia. "Viajo hasta la finca, lleno pipotes de agua y me los traigo con mi camioneta para lavar los baños y la cocina del restaurante, pues nos racionan cuando quieren y si la ponen, llega sucia. La ropa blanca no puede lavarse y, de paso, Hidrocentro aumentó la tarifa", relata Irma Castillo, dueña de una pizzería desde hace 37 años. "Nunca en mi vida me habían salido hongos y ahora tengo. ¿Qué vamos a hacer si eso es lo que llega?", se resigna Pablo Pinto, otro valenciano.

También están los que, al grueso caudal de quejas, han desviado la desembocadura del humor: "Mi hijo está en primaria y parece que estudiara bachillerato, porque todas las camisas las tiene marrones"; "la hija de unos amigos se baña con lentes de buceo para que no le piquen los ojos". Pero el asunto no es de risa.

La red de suministro de agua de Valencia dibuja un círculo viciado. De Pao-Cachinche sale el agua para potabilizar y en el mismo embalse desembocan las aguas que ya fueron usadas por la población y las industrias. Es decir, lo que muchos usan en el ritual de limpiarse la cara en las mañanas puede que en algún momento haya sido desechado por un sanitario. Esto, en parte, es consecuencia de las medidas tomadas después del decreto 3498 publicado el 24 de febrero de 2005 en Gaceta Oficial, que estableció la emergencia de la cuenca del lago de Valencia para evitar el riesgo de inundaciones en las áreas cercanas al reservorio natural.

La solución para reducir "irreparables perjuicios a la colectividad" fue aumentar los perjuicios a otra parte de la colectividad: desviaron el agua del lago, contaminado desde hace décadas con efluentes industriales y cochineras, hacia los afluentes de la represa. El jueves, la prensa carabobeña publicó la versión de que, desde hace 15 días, se detuvo este trasvase.

Pero no sólo el lago fue a parar a la represa, también lo hacen el río Cabriales corriente con problemas sanitarios debido a la falta de colectores , el lodo con elevados niveles de aluminio remanente del proceso potabilizador y, lo que es todavía más grave, los fluidos provenientes de las plantas de tratamiento de aguas servidas La Mariposa y Los Guayos, que tienen secciones fuera de servicio,como filtros y aireadores.

En 2007, la ingeniera Luigina Cercio, involucrada en el proceso de saneamiento del lago, explicó en una nota del Ministerio de Información y Comunicación que se había decidido que el agua de La Mariposa iría hacia Pao-Cachinche y, la de Los Guayos al río El Paíto que, a su vez, también descarga en el embalse.

"Lo que ocurre en Valencia no lo he visto en ningún lugar del mundo", señala el ingeniero carabobeño Rafael Dautant, presidente de la Asociación Interamericana de Ingeniería Sanitaria y Ambiental. "Lo correcto es que la fuente de abastecimiento y el cuerpo de agua estén separados. El grave problema de Valencia es que la fuente, que es Pao-Cachinche, coincide con que a su vez es un cuerpo receptor de aguas residuales. Esto puede explotar en cualquier momento y la solución no tardaría menos de 5 o 7 años", agrega.

La planta potabilizadora Alejo Zuloaga, construida en 1973, no tiene capacidad de procesar la clase de agua que sale de la represa. La solución de Hidrocentro dependiente del Ministerio de Ambiente es hacer cocteles diarios de químicos para limpiar el líquido.

Cloro vs epidemia. Un axioma de Paracelso dice: "Dosis sola facit venenum", lo que se podría traducir como "toda sustancia es tóxica: la dosis diferencia el veneno del remedio".

Desinfectar el agua con cloro es imprescindible, pero usarlo en cantidades demasiado altas puede ocasionar daños colaterales a largo plazo. Por los momentos, los usuarios sienten piquiña y asfixia, pero investigaciones con animales revelan que los trihalometanos compuestos químicos que se producen por la reacción del cloro con la materia orgánica pueden tener potencial cancerígeno en humanos (ver recuadro en la página 3).

"Si la calidad de la represa está desmejorada, tienes que empezar a manipular la planta, agregar más químicos, básicamente cloro y sulfato de aluminio, que es un coagulante primario que separa el agua de los sedimentos. A veces, cuando hay mucho sulfato de aluminio por exceso de contaminantes, el aluminio puede quedar libre. Por otro lado, para controlar la calidad microbiológica, se agrega cloro, generalmente en la última parte del proceso", explica Dautant, quien señala que en Valencia el nivel de contaminación es tan alto que Hidrocentro está preclorando al principio y al final del proceso. Se calcula que se están incorporando 20 toneladas diarias de cloro, 100% más de lo que se usaba antes de esta crisis.

"Si te metes en una piscina con 0,5 milígramos por litro de cloro te arden los ojos", afirma el ingeniero y recuerda que en las urbanizaciones más cercanas a la Alejo Zuloaga se han llegado a leer valores de 1,5 o 2 miligramos por litro. El decreto sobre Normas Sanitarias de Calidad del Agua Potable (13 de febrero de 1998) establece que el nivel de cloro debería estar entre 0,3 y 0,5 miligramos por litro. La Organización Mundial de la Salud recomienda un promedio de 0,3.

Un estudio del Centro de Investigaciones Toxicológicas de la Universidad de Carabobo publicado en 2003 demostró que en algunas zonas de la red de tuberías del estado ya había presencia elevada de trihalometanos en agua de consumo humano.

"Dicen que hay propensión al cáncer por los trihalometanos, pero nadie ha reportado muertes en Valencia, aunque obviamente son riesgosos. En cambio, si quitas el cloro, a los 15 días se desata una epidemia. Gracias a Dios que huele a cloro; yo le digo a la gente: `Preocúpense cuando no les huela", advierte Dautant.

Un trabajador de Hidrocentro, con más de 20 años de labores en el área, dice que los prolongados y constantes cortes de agua en Valencia no son por la escasez ni el Niño o la Niña sino porque sólo están prendidas 2 de las 5 bombas que envían el líquido a la Alejo Zuloaga. "Si no fuera por la contaminación se usarían 5, pero es muy costoso tratar tanta agua en la planta pues se le está poniendo mucho sulfato de aluminio", expresa el hombre que prefiere no identificarse.

Dautant reporta que se ha registrado entre 0,25 y 0,30 miligramos de aluminio por litro, cuando lo permitido es 0,20.

Asegura, sin embargo, que son "picos" y que en general el agua potable es apta para usar.

El detonador. La contaminación comenzó a convertirse en una alerta entre los valencianos cuando la variable de la sequía se sumó a la corriente. Desde diciembre de 2009 la prensa local reseña las denuncias sobre la irregular calidad del agua.

Las quejas, seis meses después, son las mismas pero agravadas por el agotamiento de la falta de solución institucional.

Las investigadoras Yhilda Paredes, bióloga y supervisora de microbiología de Hidrocentro hasta mediados de 2009; y Jacquelín Rodríguez, ingeniera química, tomaron entre abril y mayo muestras en la red media y baja y hallaron que la turbiedad rondó las 10 unidades nefelométricas, cuando en un líquido cristalino este dato es menor o igual a 1. Tomar fotografías del agua espesa y marrón saliendo del grifo y publicarlas en Facebook y Twitter se ha convertido en un método habitual de denuncia.

Pero no sólo el agua se ha puesto cenagosa. El descontento por las fallas en los servicios públicos los cortes de luz también son constantes y sin programación ha enturbiado la convivencia. El trabajador de Hidrocentro describe la contaminación de su entorno: "Me tengo que quitar el carnet cuando estoy por mi casa porque la gente me reclama; me tocan la puerta. A mí el agua me llega igual de mal que a todo el mundo. Yo trabajo en el Gobierno pero soy pueblo, y uno también sufre".

El Nacional

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